miércoles, 12 de mayo de 2010

20 minutos


No sé muy bien qué es lo que lleva a una multitud de personas a concentrarse por miles para ver cómo el hombre (a pie o a caballo) se enfrenta al toro para darle muerte, en el caso del segundo, siempre. La lidia, una de las tradiciones, más arraigadas y populares de la cultura española, me sigue resultando dificil de entender, pero a la vez entraña esa mezcla de sensaciones que supongo, que es lo que lleva a aficionados, turistas, amantes o simplemente curiosos a sentarse una tarde de primavera o de otoño en una bella plaza como es Las Ventas, para presenciar, animar, sentirse fascinados o criticar cómo una animal protagoniza sus últimos momentos de existencia, mientras toreros, picadores, rejoneadores, banderilleros y público en general participamos de una u otra forma en poner fin a su vida. Si es ético o no, si es cruel o no, supongo que es algo que debe valorar cada cual...al igual que cada uno sabe si comer carne, utilizar pieles en la elaboración de abrigos, la práctica de la caza, los experimentos con animales, la tala indiscriminada de árboles es ético, cruel o simplemente algo que damos por hecho, porque lo hemos heredado o porque simplemente no nos lo replanteamos. Me considero defensora de las tradiciones, de la cultura, como signos de identidad de un colectivo, pero ¿hasta que punto no es necesario cuestionarse creencias y herencias? Esta tarde, mientras participaba de este expectáculo e incluso agitaba en pie un pañuelo blanco, me preguntaba sobre cuál es el sentimiento primitivo que nos lleva a disfrutar con el riesgo y el dolor ajeno, con la sangre, con la victoria del hombre sobre el animal..., un animal al que de antemano, todos sabemos que, cuando sale por la puerta de chiqueros sólo le quedan 20 minutos.

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